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“¡El hambre en el mundo es un escándalo! Eduquémonos a la solidaridad”

El Papa, en su mensaje, habló de la «trágica condición en la que viven todavía millones de hambientos y desnutridos, entre los que hay muchísimos niños». Esta dramática condición se vuelve mucho más grave en una época que se caracteriza por «un progreso sin precedentes en los diferentes campos de la ciencia». «¡Es un escándalo que todavía haya hambre y desnutrición en el mundo! No se trata solo de responder a emergencias inmediatas, sino de afrontar, juntos, a todos los niveles, un problema que interpela nuestra consciencia personal y social, para llegar a una solución justa y duradera».

«Que nadie se vea obligado –continuó el Papa– a abandonar su tierra y su propio entorno cultural por la falta de los medios esenciales de subsistencia. Paradójicamente, en un momento en que la globalización permite conocer las situaciones de necesidad en el mundo y multiplicar los intercambios y las relaciones humanas, parece crecer la tendencia al individualismo y al encerrarse en sí mismos, lo que lleva a una cierta actitud de indiferencia —a nivel personal, de las instituciones y de los estados— respecto a quien muere de hambre o padece malnutrición, casi como si se tratara de un hecho ineluctable».

Pero el hambre y la desnutrición, explicó Francisco, «nunca pueden ser consideradas un hecho normal al que hay que acostumbrarse, como si fuera parte del sistema. Algo tiene que cambiar en nosotros mismos, en nuestra mentalidad, en nuestras sociedades. ¿Qué podemos hacer? Creo que un paso importante es abatir con decisión las barreras del individualismo, del encerrarse en sí mismos, de la esclavitud de la ganancia a toda costa; y esto, no sólo en la dinámica de las relaciones humanas, sino también en la dinámica económica y financiera global».

Por ello, afirmó, es necesario «educarnos a la solidaridad, volver a descubrir el valor y el significado de esta palabra tan incómoda y muy frecuentemente dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las decisiones en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones». La solidaridad «no se reduce a las diversas formas de asistencia, sino que se esfuerza por asegurar que un número cada vez mayor de personas puedan ser económicamente independientes».

El Papa después se detuvo a reflexionar sobre el tema que eligió la FAO para la celebración de este año, “Sistemas alimenticios sostenibles para la seguridad alimenticia y la nutrición”. «Creo leer allí –observó– una invitación para replantear y renovar nuestros sistemas alimenticios, con una perspectiva solidaria, superando la lógica de la explotación salvaje de la creación y dirigiendo mejor nuestro empeño de cultivar y custodiar el ambiente y sus recursos para garantizar la seguridad alimenticia y para caminar hacia una nutrición que sea suficiente y saludable para todos».

Esto implica, explicó Francisco, «un serio interrogante sobre la necesidad de cambiar concretamente nuestros estilos de vida, incluido el alimentario, que en tantas áreas del planeta está marcado por el consumismo, el desperdicio y el despilfarro de alimentos. Los datos proporcionados en este sentido por la FAO indican que aproximadamente un tercio de la producción mundial de alimentos no está disponible a causa de pérdidas y derroches cada vez mayores. Bastaría eliminarlos para reducir drásticamente el número de hambrientos. Nuestros padres – recuerda el Pontífice – nos educaban en el valor de lo que recibimos y tenemos, considerado como un don precioso de Dios».

El desperdicio de comida, escribió el Papa, «no es más que uno de los frutos de la “cultura del descarte” que a menudo lleva a sacrificar hombres y mujeres a los ídolos de las ganancias y del consumo, un triste signo de esa “globalización de la indiferencia”, que lentamente hace que nos “acostumbremos” al sufrimiento del otro, como si fuera normal». «Educarnos a la solidaridad significa entonces –explicó Francisco– educarnos a la humanidad: edificar una sociedad verdaderamente humana quiere decir poner en el centro, siempre, a la persona y su dignidad, y nunca malbaratarla a la lógica de las ganancias».

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